Livorno se sitúa en el centro de Italia, más precisamente en la región de la Toscana y tiene la particularidad de ser el bastión del comunismo en este país. Esta ciudad obrera y portuaria comparte dos pasiones al mismo nivel: la política y el fútbol. Su hijo pródigo en ambas sin dudas es Cristiano Lucarelli.
Lucarelli es un delantero que paseó sus goles a lo largo y ancho de la península itálica. Un verdadero trotamundo, del cual muchos afirman que su fanatismo por el “Che” Guevara lo condicionó en su carrera. Sus admiradores sostienen que debió haber sido más considerado por los especialistas y que su poder de gol no es menor a delanteros de la talla de Luca Toni o Alberto Gilardino.
Su padre era cargador portuario y estaba afiliado al sindicato, militaba en el partido de izquierda. Cristiano mamó de pequeño esa corriente, que con el correr de los años fue cada vez más intensa en su vida y lo conjugaba con su otro amor: el fútbol.
Siempre se desempeñó como delantero, debutó en 1992 en el Cuoiopelli de la Serie D. Luego pasó al Perugia y muchos de sus goles sirvieron para que salieran campeones y asciendan a la B. En el 95 se va a jugar al sur de Italia, Cosenza y ahí se consolida como goleador (15 goles en 32 partidos).
Otro paso existoso por la B fue en el Pádova que le dio la oportunidad de demostrar su valía en la A, lo ficha el Atalanta para reemplazar a Filippo Inzaghi (transferido al Parma) en 1997.
Con apenas 21 años sentía que tocaba el cielo con sus manos, pero nunca dejó la política de lado y ante cada entrevista que le realizaban declaraba ser un admirador confeso de Ernesto "Che" Guevara.
Sus buenas actuaciones en sus equipos, argumentadas por goles, hace que Cesare Maldini (entrenador de la Sub 21 de Italia en ese momento) se fijara en él y lo convocara. Diez goles en misma cantidad de partidos es un record envidiable, pero el último de ellos fue casi como firmar la carta de defunción. La "azzurra" jugaba contra Moldavia y Lucarelli anota un gol y lo festeja de una manera particular: muestra una remera que tenía debajo y era con la cara del "Che" Guevara.
Esto fue juzgado por la federación italiana de fútbol como un acto de insolencia del jugador. La imagen del festejo de Lucarelli recorrió el mundo y los dirigentes lo censuraron por dicho acto, de hecho presionaron para que no vuelva a ser convocado al seleccionado. Recién pudo volver a vestirse con la camiseta de Italia en el 2005, en un amistoso que Italia empata ante Serbia y Montenegro 1 a 1, donde justamente él fue el autor del gol del empate.
Oficialmente apenas pudo jugar las Olimpiadas de Atlanta 1996, el cual no pudieron pasar la primera ronda del certamen y los juegos del Mediterráneo en el 97, logrando el título.
Sus números no dicen mucho con la selección mayor: 6 partidos y 3 goles, sin embargo pudo haber tenido un record superior de no haber sido por esa sanción, la cual fue muy discutida en Italia. Muchos la consideraron injusta, pero él fiel a sus principios ni se inmutó ante esta aberrante censura.
Lucarelli cada vez que pudo dejar en claro su posición política lo hizo sin medir consecuencias. Como si no le bastara lo que le pasó en la Sub 21 de su país, redobló la apuesta y jugando para Lecce le convierte tres goles al Milán (empate 3 a 3) en el propio San Siro y en su última conquista mira hacia el palco donde estaba Silvio Berlusconi (en ese entonces presidente del "rossonero" y hoy primer ministro de Italia representando a la derecha) y se besa el escudo comunista y hace el saludo característico con el puño levantado mirando hacia donde estaba el mandamás milanista.
Dicen que el ahora primer ministro quería llevarlo al Milán, aunque después de ese gesto su pase al equipo del norte se frustró y terminó recalando en el Torino donde juega por dos temporadas. Allí rinde en gran nivel y los clubes poderosos de la península itálica querían hacerse de sus servicios. Lucarelli desechó todas las ofertas y se volvió el club de sus amores, a la ciudad que lo vio crecer, donde aprendió a amar al fútbol y la política: el Livorno.
El club estaba en la B y a él no le importó bajar de categoría. Sale goleador, su equipo logra el campeonato y asciende a la primera división. Los ofrecimientos siguieron llegando, pero él no renunció a su sueño de seguir jugando en su ciudad.
Su mánager, Carlo Palavecino, escribió un libro sobre la vida de su asistido llamado "Tenetevi il milliardo" (Quédense con sus millones). En alusión a la pasión de Lucarelli por el Livorno, desechando ofertas millonarias de prestigiosos clubes por seguir su corazón, independientemente del dinero o las ambiciones deportivas.
Siempre usó el número 99, año de fundación de las Brigadas Autónomas Livornesas (BAI), la barra del club toscano. Sus goles, que festeja con el puño izquierdo en alto, garantizaron que el equipo izquierdista permaneciera en primera división, algo que nadie esperaba. Y más aún, se clasificó a la copa UEFA, campeonato en el cual, con un equipo luchador y compacto, llegó a rondas finales. Además consiguió la mención de "Capocannoniere" (goleador) con 24 goles.
En su pueblo es amado incondicionalmente, no solo por sus goles y demostraciones de cariño, también por su lucha política. Inclusive el alcalde de Livorno organizó un encuentro entre Cristiano y la hija del Che, Aleida Guevara, quien visitaba Italia para recoger fondos que necesitaba un hospital pediátrico cubano donde trabaja. Aleida aseguró que "ese rostro es un símbolo de lucha. Espero que no se quede sólo en un mito, sino que sea un emblema para crear un mundo mejor".
Cuando se fue del club, Lucarelli juró regresar e invertir la mitad de su sueldo anual de cuatro millones de euros en un diario local de la ciudad para la creación de nuevos empleos. Fiel a su ideología y a su hinchada, cumplió con ello.
Hoy con casi 36 años sigue jugando, pero en el Napoli. Está sentado en el banco más tiempo de lo que juega, aunque poco le debe importar. Puede sentirse tranquilo que dejó todo en la cancha y logró que su ciudad quede en alto y reconocida en el mundo entero.
Lucarelli es un delantero que paseó sus goles a lo largo y ancho de la península itálica. Un verdadero trotamundo, del cual muchos afirman que su fanatismo por el “Che” Guevara lo condicionó en su carrera. Sus admiradores sostienen que debió haber sido más considerado por los especialistas y que su poder de gol no es menor a delanteros de la talla de Luca Toni o Alberto Gilardino.
Su padre era cargador portuario y estaba afiliado al sindicato, militaba en el partido de izquierda. Cristiano mamó de pequeño esa corriente, que con el correr de los años fue cada vez más intensa en su vida y lo conjugaba con su otro amor: el fútbol.
Siempre se desempeñó como delantero, debutó en 1992 en el Cuoiopelli de la Serie D. Luego pasó al Perugia y muchos de sus goles sirvieron para que salieran campeones y asciendan a la B. En el 95 se va a jugar al sur de Italia, Cosenza y ahí se consolida como goleador (15 goles en 32 partidos).
Otro paso existoso por la B fue en el Pádova que le dio la oportunidad de demostrar su valía en la A, lo ficha el Atalanta para reemplazar a Filippo Inzaghi (transferido al Parma) en 1997.
Con apenas 21 años sentía que tocaba el cielo con sus manos, pero nunca dejó la política de lado y ante cada entrevista que le realizaban declaraba ser un admirador confeso de Ernesto "Che" Guevara.
Sus buenas actuaciones en sus equipos, argumentadas por goles, hace que Cesare Maldini (entrenador de la Sub 21 de Italia en ese momento) se fijara en él y lo convocara. Diez goles en misma cantidad de partidos es un record envidiable, pero el último de ellos fue casi como firmar la carta de defunción. La "azzurra" jugaba contra Moldavia y Lucarelli anota un gol y lo festeja de una manera particular: muestra una remera que tenía debajo y era con la cara del "Che" Guevara.
Esto fue juzgado por la federación italiana de fútbol como un acto de insolencia del jugador. La imagen del festejo de Lucarelli recorrió el mundo y los dirigentes lo censuraron por dicho acto, de hecho presionaron para que no vuelva a ser convocado al seleccionado. Recién pudo volver a vestirse con la camiseta de Italia en el 2005, en un amistoso que Italia empata ante Serbia y Montenegro 1 a 1, donde justamente él fue el autor del gol del empate.
Oficialmente apenas pudo jugar las Olimpiadas de Atlanta 1996, el cual no pudieron pasar la primera ronda del certamen y los juegos del Mediterráneo en el 97, logrando el título.
Sus números no dicen mucho con la selección mayor: 6 partidos y 3 goles, sin embargo pudo haber tenido un record superior de no haber sido por esa sanción, la cual fue muy discutida en Italia. Muchos la consideraron injusta, pero él fiel a sus principios ni se inmutó ante esta aberrante censura.
Lucarelli cada vez que pudo dejar en claro su posición política lo hizo sin medir consecuencias. Como si no le bastara lo que le pasó en la Sub 21 de su país, redobló la apuesta y jugando para Lecce le convierte tres goles al Milán (empate 3 a 3) en el propio San Siro y en su última conquista mira hacia el palco donde estaba Silvio Berlusconi (en ese entonces presidente del "rossonero" y hoy primer ministro de Italia representando a la derecha) y se besa el escudo comunista y hace el saludo característico con el puño levantado mirando hacia donde estaba el mandamás milanista.
Dicen que el ahora primer ministro quería llevarlo al Milán, aunque después de ese gesto su pase al equipo del norte se frustró y terminó recalando en el Torino donde juega por dos temporadas. Allí rinde en gran nivel y los clubes poderosos de la península itálica querían hacerse de sus servicios. Lucarelli desechó todas las ofertas y se volvió el club de sus amores, a la ciudad que lo vio crecer, donde aprendió a amar al fútbol y la política: el Livorno.
El club estaba en la B y a él no le importó bajar de categoría. Sale goleador, su equipo logra el campeonato y asciende a la primera división. Los ofrecimientos siguieron llegando, pero él no renunció a su sueño de seguir jugando en su ciudad.
Su mánager, Carlo Palavecino, escribió un libro sobre la vida de su asistido llamado "Tenetevi il milliardo" (Quédense con sus millones). En alusión a la pasión de Lucarelli por el Livorno, desechando ofertas millonarias de prestigiosos clubes por seguir su corazón, independientemente del dinero o las ambiciones deportivas.
Siempre usó el número 99, año de fundación de las Brigadas Autónomas Livornesas (BAI), la barra del club toscano. Sus goles, que festeja con el puño izquierdo en alto, garantizaron que el equipo izquierdista permaneciera en primera división, algo que nadie esperaba. Y más aún, se clasificó a la copa UEFA, campeonato en el cual, con un equipo luchador y compacto, llegó a rondas finales. Además consiguió la mención de "Capocannoniere" (goleador) con 24 goles.
En su pueblo es amado incondicionalmente, no solo por sus goles y demostraciones de cariño, también por su lucha política. Inclusive el alcalde de Livorno organizó un encuentro entre Cristiano y la hija del Che, Aleida Guevara, quien visitaba Italia para recoger fondos que necesitaba un hospital pediátrico cubano donde trabaja. Aleida aseguró que "ese rostro es un símbolo de lucha. Espero que no se quede sólo en un mito, sino que sea un emblema para crear un mundo mejor".
Cuando se fue del club, Lucarelli juró regresar e invertir la mitad de su sueldo anual de cuatro millones de euros en un diario local de la ciudad para la creación de nuevos empleos. Fiel a su ideología y a su hinchada, cumplió con ello.
Hoy con casi 36 años sigue jugando, pero en el Napoli. Está sentado en el banco más tiempo de lo que juega, aunque poco le debe importar. Puede sentirse tranquilo que dejó todo en la cancha y logró que su ciudad quede en alto y reconocida en el mundo entero.
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